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El último luthier de Comayagua, Honduras elabora una guitarra para su hijo que emigró como lo hicieron los hombres del pueblo.

La masculinidad que envuelve a la paternidad tiene una parte sensible que se revela por la distancia y la música. Yo imagino un regalo para mi hija, ahora que vive lejos, en Alemania: una guitarra especial que le solicito al último luthier que queda en Honduras, Pedro Cruz, en un pueblo de montaña. Pero su hijo Víctor migró, como lo han hecho los hombres del lugar. Es mejor hacer dos guitarras, una para entregarle a mi hija y la otra para que pueda reunir a padre e hijo en Madrid.

Siempre quise una guitarra hecha por la familia Cruz, desde pequeño. Lo estoy negociando con Pedro Cruz, luthier (fabricante de instrumentos de cuerda), a quien no veía hace mucho tiempo. Pero ya no quiero esta guitarra para mí, sino para mi hija de ocho años, conectada conmigo por la música, aunque ahora viva lejos, en Alemania. Pedro me contó que su hijo Víctor, mi amigo, también se fue del país; emigró dejando a sus hijas en el pueblo y ahora trabaja en España.

No se lo digo en ese momento, pero mi parte en esta historia comienza pidiéndole de encargo dos guitarras: una es el regalo para mi hija y la otra es para su hijo. Pedro Cruz las construye pensando que la razón es documentar su trabajo y hablar sobre su historia familiar. Él no adivina que, una vez terminada la construcción, llevará personalmente la guitarra de Víctor hasta Madrid, junto con su esposa Vilma: una guitarra que viaja con el signo amoroso de un hijo migrante. Lo que en apariencia son un par de regalos, en realidad es el motor de un ensayo sobre cómo mantener intactos los afectos a través de la distancia.

Pedro y Víctor han sido los músicos de un lugar cafetalero y oloroso a pino, en mitad de las montañas de Honduras. Es un poblado que se forjó por la llegada de los ‘corteros’ (quienes arrancan los granos de café en las plantaciones) que se juntaban para los meses fríos en torno a las fincas. El poblado se convirtió en un pueblo grande cuando el café subió de valor, pero ahora ya no quedan más hombres en las casas, se han ido a probar suerte a otros países.

La construcción de dos guitarras y la deriva de un viaje inesperado culminan en paralelo con dos desenlaces. Mi cierre: entrego a Víctor las cartas y dibujos que le enviaron sus hijas, y le comparto detalles y fotos de mi hija Abril. Le muestro el requinto que hizo Pedro para ella y me despido de ellos. La otra guitarra debe llegar hasta Alemania, donde podré abrazar a mi hija y cantar con ella. El cierre para Pedro: se despide de su hijo, tras haber compartido unos días y unas canciones en Madrid. A su llegada, la familia ha organizado un recibimiento festivo, que pronto se llena de vecinos del barrio. En medio de la celebración, se enciende una pantalla que proyecta el primer corte del documental “Una guitarra para Víctor”.

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