X Bienal de Arte en Centroamérica «Todas las vidas», Costa Rica, 2016. La curadora Tamara Díaz incluyó la obra Juegos de guerra en loop, del artista nicaragüense Alejandro de la Guerra, con ésta mención: […] «un carrusel con un único jinete; a punto de caer, en cada revolución del carrusel el jinete golpea su cabeza contra una columna. Juego, atracción de feria o decoración, el carrusel metaforiza también la historia como repetición. Desde Nicaragua, un guiño a la conocida premisa de Marx sobre la repetición de la historia: primero como tragedia, después como farsa».
Somos ese mundo que sale de la oscuridad con una lentitud pasmosa. Hasta hace poco tuvimos la costumbre de investir a personajes poderosos con la energía trascendental de un monumento: las pinturas y esculturas monumentales son relatos sobre el poder, sobre lo heróico, lo político, lo dictatorial. El poder ha sido retratado convenientemente desde el arte y nos ve desde un pedestal que le ha designado la historia. Cuestionar el totalitarismo de esos monumentos es la virtud de los proyectos más recientes del artista Alejandro de la Guerra.
Hemos desarrollado una fijación histórica por construir monumentos, que solo se compara con otra necesidad también muy humana, la de destruirlos. En Egipto y en Roma cultivaron una alegre venganza iconoclasta, destruyendo monumentos de los tiranos caídos. Debemos recordar otras celebridades: el final de la escultura del rey Luis XVI; la limpieza escultórica en la antigua URSS con las imágenes de Stalin; el enorme monumento a Saddam Hussein cayendo en Irak; la destrucción del monumento al capitán español Diego de Mazariegos (Chiapas, 1992).
La obra de Alejandro ha estudiado esta relación entre el monumento y el poder. El ejercicio más notable fue en 2014, cuando revivió la escultura ecuestre del dictador nicaragüense Anastasio Somoza, para repetir la escena cumbre de la revolución sandinista que culmina con el derrocamiento del monumento. Esta puesta en escena fue muy atrevida para el arte en Centroamérica, pero sigue siendo una representación literal de estas fuerzas constructivas y destructivas de la historia.
Con un nuevo proyecto, Juegos de guerra en loop, el artista busca afinar la metáfora que subyace en la estructura misma de los monumentos. De nuevo trae a colación la escultura ecuestre, pero como un personaje anónimo. El primer acierto es demostrar que más allá de la historicidad o la biografía que se encarna en estas esculturas, lo que existe es el velo profundo del poder que le atribuimos como observadores. En este sentido el poder es eterno e impersonal, por eso es que puede caer tantas veces en la historia, sin que muera realmente en nuestro imaginario.
Juegos de guerra en loop es, además, un reto para el discurso artístico. Cuando uno lo piensa o lo verbaliza, la metáfora de un ecuestre girando en un carrusel es demasiado sencilla. Por ello es que debía ser un proyecto monumental y eso se logró poniendo a jugar objetos de la memoria, cambiándolos poco, insinuando conceptos y desmintiéndolos al mismo tiempo.
La escultura inclinada bien puede ser una caída o para otras personas puede estar hablando sobre la velocidad. El artista juega con las referencias icónicas del espectador, quien recuerda las esculturas en pedestales o las esculturas caídas; esta levitación aparece como un punto intermedio interesante. Por otro lado está el carrusel, que encarna la nostalgia absoluta y en muchas interpretaciones contemporáneas representa el abandono absoluto, el olvido. Lo que me atrae de esta elección es cómo un carrusel también puede hablar sobre lo eterno, sobre el movimiento circular uniforme que se describe en Física.
Alguien podrá ver en la obra una representación del poder que cae y se olvida; una caricatura, una sátira política. Alguien más verá otra cosa, una representación de la continuidad: el poder es potencialmente eterno y circular, pese al desequilibrio que implica caer y pese al obstáculo que encuentra la escultura al girar. El efecto del golpe en la cabeza del ecuestre cada vez que el carrusel da una vuelta completa es lo que mejor entiendo de la obra, precisamente porque ahí se generan todas las dudas. ¿Nos estamos riendo del personaje?, ¿celebramos cada estruendo del metal? ¿debería de darme terror la permanencia del golpe, su eternidad?
Hay una soledad en todos los monumentos, una pequeña nostalgia, parecida a la de las fotos viejas donde la gente está posando. Uno puede acercarse a cualquier escultura heróica y entender que la persona retratada se vuelve indefensa, vulnerable. Eso es lo que hizo el arte con nuestra idea sobre el poder: suavizó las facciones y hasta ridiculizó a los personajes que pretendía inmortalizar. Después de varios siglos poco importan los nombres en las placas de las esculturas, solo queda la evidencia de la superioridad anónima y patriarcal de un hombre poderoso sin biografía, una representación de todos los hombres poderosos de la historia.
La idea de un carrusel con un solo caballo es otra provocación: es una burla a la grandilocuencia, a partir de un descontinuado juego de feria. También es una burla al espectador, quien deberá girar toda la estructura con su fuerza, con su trabajo. Uno puede reírse del personaje ecuestre que se da de golpes contra un tubo en cada giro. Pero atención con el juego perverso del poder, que sabe definir y ganar la lucha de clases, dejando el trabajo a cargo de las masas.
Revolución, se le llama a cada giro completo dentro de un movimiento circular uniforme. Este concepto me parece de lo más simpático y ambiguo, cuando se coloca en la lectura general de la obra Juegos de guerra en loop.
Fotografías de Alejandro Belli: